Un día improvisado

Nos estábamos preparando para un paseo familiar, todos íbamos para la finca La Quinta, una espectacular hacienda en cercanías al Parque Nacional Natural los Nevados, llamé a Alfonso para verificar que todo estuviera listo y vernos en Villamaría, empaqué la mochila de hidratación y las cosas de seguridad que siempre están allí dentro, ya que sabía que iba con Alfonso y seguro íbamos a hacer alguna ruta y así, comenzó una de las mejores salidas de Trail que he hecho, sin planearla.

Llegamos a la finca por unos senderos que llevan a la casa, algunos fuimos a caballo y otros a pie. Una vez allí comenzamos a ver unas fotos que hay en la casa donde se muestra la parte que está cercana al Parque Los Nevados y entre tanto hablar calculamos que sería posible subir hasta el nevado Santa Isabel desde la casa. Calculamos los kilómetros, aproximadamente 20 – 25 y el tiempo que tardaríamos en llegar allí, de repente se nos ocurrió la brillante idea ¡¿y por qué no subimos mañana?!!, la respuesta entre nosotros fue unánime ¡Aguanta!

Miramos lo que teníamos de equipo y nos dimos cuenta que teníamos muy poca comida energética, fuimos a la cocina y lo único que pudimos rescatar de forma rápida fue arroz y ensalada, nos miramos y le dije que en el camino nos encontraríamos 3 casas más, que si algo arrimábamos por comida allí, decidimos salir a las 3 am y comenzamos a organizar todo el equipo.

Nadie creía que íbamos a hacerlo, pero nosotros estábamos confiados en que si, nos fuimos a acostar muy temprano.

Sonó el despertador a las 2:30 am, nos levantamos sin decir una palabra, ropa de Trail, chaquetas impermeables, revisamos el equipo, fuimos a la cocina donde habíamos dejado un desayuno “preparado”, encendimos las frontales y comenzamos el ascenso. Nos esperaban 2400 m de desnivel positivo en 25 km, una buena subida.

Pasamos por los senderos en silencio, regulando mucho el paso ya que sabíamos que iba a ser una jornada larga, nos internamos en un camino que le dicen la cascajera, lleno de bosque alrededor y piedras muy lisas, lo disfrutamos mucho con solo la luz de 2 metros de diámetro delante de nosotros. Cuando salimos del camino, ya en un potrero, el cielo estaba completamente despejado, llevábamos cerca de 1 hora y media, decidimos hacer una parada. Cuando nos recostamos un poco en el suelo comenzamos a ver estrellas fugaces, fue un momento de mucha emoción, estábamos completamente solos, y la naturaleza nos alentaba con esos regalos astronómicos.

Continuamos el camino y decidimos seguir por la carretera, aunque un poco más larga, pero nos generaba más confianza para el camino, comenzó a amanecer y nosotros íbamos rumbo a La Cueva, un sector muy conocido para los que han subido al Nevado Santa Isabel. Pasamos La Cueva, llevábamos un ritmo muy cómodo, pero íbamos más arriba de lo planeado para esa hora ¡íbamos muy bien! Llegamos al sector de conejeras, decidimos continuar y avanzar por el sendero que conduce al glaciar. Ya las piernas sentían la subida, habíamos superado ya los 4000 msnm y la respiración estaba a tope, el sol ya estaba comenzando a aparecer y a calentarnos.

Llegamos a una zona donde las rocas son inmensas y el camino ya se pone llano hasta el glaciar, yo no lo podía creer, estábamos en un sitio increíble, que hasta hace pocos años no pensaba que fuera capaz de llegar a pie hasta allí. Las distancias en el trail running se aprecian de forma diferente entre los que hacemos este deporte y los que no lo hacen, cosas impensables para mi familia, para los que estaban en la casa, para nosotros era una de las mejores rutas que hemos hecho. Recordábamos tantas horas de entrenamiento, de salir a rutas largas, estaban dando sus frutos.

Llegamos al glaciar, tocamos la nieve, celebramos juntos la jornada, y ahí recordamos que estas salidas son de ida y vuelta, todo lo que habíamos subido debíamos bajarlo, debíamos reservar energías para esa bajada, así que contemplamos el paisaje, chaquetas bien puestas y para abajo. En el primer tramo cogimos un ritmo muy bueno, la energía del glaciar nos había renovado los músculos. Comenzamos la bajada de conejeras y el descenso fue bestial, bajamos como si hubiéramos acabado de arrancar, mucha adrenalina, pero después nos la iba a cobrar, en especial a mí.  

Llegamos donde las personas dejan los carros y seguimos a un trote muy cómodo pero continuo, pasamos por La Cueva y ya los músculos comenzaban a pedir descanso, ya sentía la jornada, cuando estábamos en la mitad del descenso nos detuvimos a descansar, mi cuerpo me estaba cobrando el esfuerzo que hicimos en la bajada de conejeras, esos gastos innecesarios de energía, que, en una ruta larga, hay que tenerlos en cuenta. Me senté y me estaba quedando dormido, ya el cansancio estaba presente.

Seguimos bajando, y cuando estábamos a 1 hora de la meta, comenzó a llover, íbamos bien preparados, pero ya las energías eran pocas, el frío se apoderó de mí y fue una hora bastante larga y dolorosa, cuando llegamos a la casa me quité la ropa mojada, me metí en el cuarto de secado (con agua termal calentando el cuarto) y allí me llevaron un caldo caliente, tenía demasiado frío y muy pocas energías.

La montaña nos dio varias recargas de energía, las estrellas, el amanecer, el glaciar, todo esto nos hizo hacer esta aventura y a veces siento que nos permitió hacer esto para darnos un mensaje, para decirnos que ella, la montaña, está en peligro y que necesita que la ayudemos, la vivamos con tranquilidad y con respeto, necesita intermediarios entre las personas que no la conocen y las personas que sienten esa conexión.  

Miguel Uribe

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